No deja de pasmarme todo el revuelo que se lleva generando de un tiempo hacia aquí con el caso de este singular personaje. Cierto es que siempre ha tenido tanto calado fuera cómo dentro del terreno de juego. Dice las cosas como las piensa, como las siente... Un delincuente en el estado español.
A mi
que la gente le silbe o le deje de silbar a Piqué me importa bien poco.
Menos cuándo le pitan dentro de un campo de fútbol por causas ajenas a
su rendimiento deportivo.
He leído hoy un artículo de Rubén Uría en Eurosport. La verdad que hace una lectura de la situación la mar de interesante. Pero sobre todo el último párrafo es de lo más significativo. Hay ciertas cosas que no se aceptan y no se pueden hacer. No se puede meter uno con la Iglesia, no se puede meter uno con el partido del actual gobierno y sobre todas las cosas, no se puede reír uno del equipo del gobierno. Esto ha sido históricamente así, y así seguirá siendo. Sin problema... Esto es mi humilde opinión. Si a alguien no le gusta, que la vuelva a leer. No entraré en debates.
Os transcribo el artículo titulado "El Intolerable crimen de Piqué" publicado hoy, 10 de septiembre de 2015 a las 10:45 de la mañana en la web de Eurosport y firmado por el citado Rubén Uría:
Gerard Piqué, que no es ningún santo ni un asesino en serie, se siente catalán. Culé por genes familiares y jugador del Barça por méritos propios, decidió jugar en una selección, la española, a la que se entregó con la profesionalidad requerida y el compromiso exigido.
Nadie le pidió un certificado de españolidad, ni una declaración jurada sobre la patria, ni una rueda de prensa para manifestar a quién quiere más, si a papá o a mamá.
Piqué se limitó a defender la camiseta de la selección con esfuerzo y honradez en todas las competiciones para las que federativos y seleccionador le convocaron. Lo hizo contribuyendo a su progresión profesional, pero sin esconder sus ideas- qué mal visto está esto en este país, oigan-, al punto que decidió posicionarse en favor de una consulta por el derecho a decidir de Cataluña, algo que no le convierte ni en separatista, ni en independentista, por mucho que insista el suministro de estramonio. En 2013, en una entrevista El País, Piqué se expresó así: “No entiendo al catalán que quiere que pierda España. Cada uno puede pensar lo que quiera pero ¿por qué estás deseando que le vaya mal a gente como tú, del Barça y además catalanes?". Imaginen qué bien sentaron esas declaraciones en el núcleo duro del independentismo. Discurran por un momento que, si Piqué tuviese ansias secesionistas, esas declaraciones le dejaron en el peor lugar posible. Hay que ser muy cobarde para no ver valentía en esas palabras.
Piqué, haciendo uso de su libertad de expresión- como hacen los que le pitan, como hacen los que silban el himno de España, aunque a algunos no nos guste-, decidió manifestarse a favor del derecho a decidir de Cataluña, que no a favor de su independencia – no es lo mismo dos pelotas negras que dos negras en pelotas-, tal y como han hecho los Gasol, a los que nadie, hasta ahora, ha pitado en una cancha de baloncesto cuando jugando con España. Volvamos a Piqué: desde que decidió exponerse en La Diada, sin miedo a ser juzgado por medio país, vistió la camiseta de su club y de la selección en repetidos encuentros. En ninguno fue silbado. Con España jugó en Vigo, Huelva y Sevilla. Allí, con la camiseta de la selección, que es de todos y no de unos pocos, habiéndose manifestado a favor del derecho a decidir de los catalanes, fue aplaudido. Todo cambió cuando Piqué, catalán y culé, por ese orden, decidió bromear, en una celebración de un triplete histórico, a costa del eterno rival, haciendo todavía más famoso a Kevin Roldán. Desde entonces, Piqué ha disputado dos partidos con la selección en territorio español. Uno, en León, donde fue pitado cada vez que tocaba la pelota. Y otro, en Oviedo, donde parte del público le abucheó. Allí era tan catalán como siempre, tan culé como siempre y tenía las mismas ideas políticas que tuvo siempre. No cambió Piqué, cambió el público. ¿Qué había provocado ese cambio de actitud? Algo imperdonable: su chanza al Madrid.
¿Por qué no se pita a futbolistas que se sienten catalanes, que son culés y que, en lo más profundo de su ser, no aprecian al Madrid como rival deportivo? Sencillo. Porque ninguno de ellos, catalanes y culés, tuvieron la torpeza o las narices de lograr que media España, después de un triplete antológico del Barcelona, pudiese soltar una buena carcajada a costa de la famosa fiesta de Cristiano y del Madrid. Algo que muchos consideran una afrenta, algo que otros ven digno de cadena perpetua y algo que la mayoría, incluso algunos madridistas, consideran parte del pique y la rivalidad deportiva que suele existir. Algo que no es elegante, pero que sucede, desde que el fútbol es fútbol y desde que uno tiene uso de razón. Algo que hacen los del Atleti con los del Madrid, los del Madrid con los del Atleti, los del Betis con los del Sevilla y los del Sevilla con los del Betis. El día que eso no suceda, igual el fútbol es ajedrez o quién sabe, curling.
Piqué, que lleva años pensando como piensa, siendo el culé número uno, se mofó del Madrid. Y aquello, que han querido disfrazar de tintes políticos e historias para no dormir, es lo que escuece. Levanta ampollas que, después de un triplete, Piqué, con poca elegancia y mucha puntería, hiciese público algo que es una verdad incómoda, que no podría poner en duda ni el madridista más recalcitrante: que tras perder 4-0, no es nada edificante que la estrella de tu equipo celebre un cumpleaños y que, además, esa fiesta se convierta en un evento televisado, siendo de todo, menos un acto privado. Así que Piqué, con tres títulos a buen recaudo, afinó la puntería y conquistó el cuarto: recordó a parte de la afición del Madrid que aquella fiesta que nadie quiso o supo evitar, fue el comienzo del descalabro colectivo de un equipo que, desde entonces, no recuperó su gran nivel. La befa de Piqué a costa de Cristiano – el mismo al que Gerard defendió varias veces de la prensa catalana y que calificó como el mejor humano del mundo-, fue una herida mortal de necesidad para el orgullo del madridismo radical que, lejos de saber encajar y pensar en devolvérsela en el campo, se dejó guiar por su periodismo pretoriano, al punto de nublar su juicio y no asimilar que la risa va por barrios. Y que, cuando el Madrid gana, también suele acordarse de sus rivales, sin que media España se parta la camisa por ello.
Lo de Piqué ha escocido tanto que el asunto, en su origen infantil, se ha desmadrado, al punto de que los carroñeros de la audiencia han salido de caza. Camuflados bajo el manto de una espesa bruma de postureo político y patrioterismo de todo a cien, se han puesto manos a la obra, con la intención de convencer al personal de que Piqué debe ser pitado en la selección por una supuesta afrenta al Madrid, como si los intereses de la selección fuesen los de un club, como si los enemigos deportivos del Madrid tuviesen que ser los enemigos de España, como si esa bandera, que se arrogan en exclusividad, no se pudiese defender si un jugador se permite el lujo de bromear con el Real Madrid. ¿Y ahora, qué? Pues que Ramos salga al cruce- que está en su derecho, faltaría más-, que fulano o mengano digan, que hablen entre ellos, que medie el seleccionador o que abran fuego a discreción. Da igual. Lo que no tiene sentido es pitar a un futbolista de tu selección por una broma a un club. Salvo, claro está que haya una ley no escrita que diga que España es coto privado de un equipo. Si es así, naturalmente, que pite hasta el apuntador. Con un poco de suerte y como el asunto siga creciendo cual efecto bola de nieve, en el próximo partido de España podría ser que Piqué y Ramos se tengan que pasar el balón, uno a otro, repartiéndose uno los pitos de parte del madridismo y otros, los pitos de parte de los que no son madridistas. Sería un circo de tres pistas. Palomitas. Al tiempo.
A Piqué -al que ahora llaman Gerardo y llamaban Gerard después de ganar el Mundial-, le esperaban con la recortada y se sabía. Él no es ningún mártir, ni es nuevo en estas lides, y sus fiscales, que tienen la parte donde la espalda pierde su casto nombre en carne viva, no le perdonarán jamás su desdén al Madrid. De tal guisa que los mismos que llevan años germinando la semilla del odio en nuestro fútbol son los que ahora, sin cadena, exigen, desde el púlpito, que se denigre a Piqué cuando lleve la camiseta de España por un comentario desafortunado sobre el Madrid. Paradojas de la vida: los que hacen negocio del morbo y el odio encubierto son los que ahora pretenden darle lecciones de civismo y responsabilidad a Piqué. Son los que, cuando ocurra alguna desgracia en algún campo con Piqué, Dios no lo quiera, pondrán cara de Bambi y se echarán las manos a la cabeza tras vomitar bilis con la intención de echarle de la selección.
La mala noticia es que, falsedad tras falsedad, pataleta tras pataleta y conspiración tras conspiración, no engañan a nadie. A Piqué no le pitan por sus gamberradas, ni por su posición económica, ni por su relación con una cantante, ni por estar orgulloso de ser catalán, ni por ser el hincha número uno de su club. A Piqué, le pitan por haber cometido el gravísimo crimen de reírse del Madrid. Y están en su derecho, pero que tengan la valentía de contar la realidad de su escozor. Piqué lo sabe. Y los que se alimentan su propio cerebro, también.
Rubén Uría / Eurosport
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